La (des)invisibilización de las mujeres: una defensa de la inclusión como motor de laciencia

Se produce un círculo virtuoso en la inclusión de personas que presentan diversidades físicas
y cognitivas. Se trata de un círculo virtuoso y no vicioso pues se retroalimentan entre sí y
hacen que la ciencia se haga cada vez más grande y rica. Hay referentes en la ciencia con
características diversas, esto lleva a que las personas con dichas características se vean como
posibles futuros científicos; esas diferentes perspectivas a la hora de hacer ciencia enriquecen
y hacen progresar a la ciencia y, por ello, se visibiliza dicho modo particular de investigación
y los científicos diversos que lo realizan, lo que lleva a que haya referentes en la ciencia con
características diversas, completándose así el círculo y volviendo a empezar.
En la historia de la ciencia ha habido una exclusión de la mitad de la población: las mujeres.
Estas han sido apartadas de la vida pública, no solo de la política sino también de la ciencia.
Esta invisibilización de las mujeres en la ciencia debe de deshacerse y afortunadamente en
las últimas décadas se está empezando a ver la importancia de hacerlo. No obstante, todavía
nos queda mucho por recorrer.
Sandra G. Harding, filósofa de la ciencia, escribió en 1993 “Ciencia y feminismo” un libro
clave para entender que la forma de hacer ciencia que concebimos está mediada por la
identidad de género de aquellos que hacían ciencia, a saber: los hombres. En su libro Harding
sintetiza y critica los supuestos de la filosofía de la ciencia hegemónica, abriendo la veda a
formas diferentes de hacer ciencia. Según Harding “podemos discernir los efectos de estas
marcas culturales en las discrepancias entre los métodos de conocimiento y las
interpretaciones del mundo”.
Imagen 1. Retrato fotográfico en blanco y negro de Sandra
G. Harding.
Uno de los ejemplos que muestran la importancia de incorporar en la ciencia personas que
piensan de manera distinta es Jane Goodall y sus estudios de campo del comportamiento de
los chimpancés. A pesar de no tener estudios reglados en primatología, Goodall fue capaz
de ver con una mirada distinta el comportamiento de estos primates, pues los estudiaba de
manera diferente a cómo lo hacían los primatólogos hombres: en lugar de observarlos de
lejos, se convertía en una más del grupo, imitando su comportamiento y ganándose su afecto.
Con esto no se quiere decir que el modo “masculino” de hacer ciencia sea incorrecto, sino
que es un modo sesgado de investigar influenciado por la socialización de género. Las
mujeres también tienen, como los hombres, un sesgo debido al género, pero solo con la
unión de diferentes perspectivas, “modos de mirar”, la ciencia va a poder progresar.
Imagen 2. Jane Goodall con un chimpancé
imitando sus gestos.
Otro ejemplo de la importancia de la inclusión de personas con neuro y físico divergencias
en la ciencia es el caso de la astrofísica puertorriqueña Wanda Díaz Merced, la cual se quedó
ciega a mitad de sus estudios de física. Ella, en lugar de ver las estrellas, las escucha. Ese
modo diferente de estudio, que choca con el tradicional que es eminentemente visual, le
permite “ver” lo que sus compañeros no ciegos no ven. Así, el valor de una ciencia inclusiva
no reside solo en facilitar el acceso de la ciencia a personas con discapacidades para que
puedan, de forma pasiva, conocer los descubrimientos que hacen los científicos no neuro y
físico divergentes, sino porque la propia ciencia se ve beneficiada de aquellos que son capaces
de mirar de otro modo el mundo.
Imagen 3. Wanda Díaz Merced escuchando
las estrellas gracias a su equipo especializado de sonificación (uso del sonido no hablado para
canalizar la información).